Asalto al tren del dinero
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Vamos, juntaletras, tómate una copa de algo fuerte, a ver si conseguimos detener ese temblor. Y no te preocupes, que la pago yo, que tenemos algo que celebrar. No, no, insisto. Licor de pera de Kravia; eso despeja y fortalece la mente.
¿Dónde lo dejamos la última vez? ¡Ah, sí! Tommy y su perro. Qué pesado con el maldito chucho, todo el día con que quería uno, no se callaba ni debajo del agua. Al final lo consiguió y apareció con uno, porque no se le dice que no a Tommy cuando se pone así, es una mala idea. Es un perro grande, peludo, ruidoso y maloliente, de esos que cuando te miran preparas el cuchillo por si acaso. No sé de dónde lo sacó. Nadie ha venido a reclamarlo ni el chucho se ha querido ir. De hecho, se hizo con uno de los jergones del sótano y ahora uno de los niños duerme en un rincón. Ahora huele peor, pero al menos el perro no llora.
¿Y Billy? Siguió a lo suyo en los sótanos, con sus potingues, sus matraces, sus humos, y sus silencios incómodos. Se perdió las juergas y las peleas, pero el muy cabrón consiguió terminar la granada de sueño: escuchamos un grito de triunfo y luego un golpe brusco en el suelo del sótano. Es tan efectiva que él mismo se durmió al probarla y se dio con la cabeza contra la mesa. Y le debió de dejar algo tonto, pues nada más levantarse decidió que era buena idea empezar a construir un laboratorio ahí mismo. Se puso a juntar libros, papeles y legajos como si no hubiera un mañana. Los demás nos fuimos a celebrar su éxito.
¿Yo? Yo me he hecho más listo, tengo la lengua más suelta. ¿No te has dado cuenta? Y también decidí que había que hacer algo para guardar el dinero, un sitio donde meter todo lo que íbamos a ganar, una caja fuerte. Así que me hice con unas cuantas herramientas y me puse a picar en una de las paredes del sótano. Pero cuando no era el maldito chucho escondiendo el martillo, era un niño al que le caía un cascote en la cabeza, o se le metía una esquirla en el ojo. Si no fuera por esos inútiles hubiera avanzado más.
Sí, el golpe, tienes razón. Escucha, juntaletras, nos estamos haciendo hueco a codazos en Doskvol. Codazos ¡y patadas en los huevos! No te asustes, es así como hay que hacer las cosas para que te tomen en serio. ¿A ti te han tomado en serio alguna vez? Lo dudo: sabes leer y escribir, vistes como un cortesano, y hueles a perfume, cosas que apenas sirven. Debería cobrarte yo a ti por enseñarte estas cosas, y no al revés.
Pero no me líes. El golpe, apunta. Los Red Sash. No me mires así. Una vez tienes a alguien en el suelo, no dejas que se levante. Le pisas la garganta hasta que sus ojos se vuelven blancos, se agita y deja de respirar. Y luego le robas todo lo que merezca la pena. Es la ley de Doskvol. Y eso es lo que íbamos a hacer con los Red Sash. Si me preguntas si hay algo mejor que eso, me harías dudar, joder. Es difícil pensar en algo mejor sin incluir fulanas, bebida y peleas. Y enanos, que siempre le dan alegría a todo.
Sabíamos que los Red Sash estaban interesados en un tren que había llegado a la ciudad y que custodiaban los Casacas Azules, así que nada mejor que adelantarnos y hacer creer que habían sido ellos los que habían dado el golpe. Si lo conseguíamos, los babosos de los Casacas Azules irían tras su rastro sin descanso, mientras nosotros bebíamos y celebrábamos su caída.
¿Qué qué tenía el tren? No te lo vas a creer: putos papeles. Ni armas, ni droga, ni dinero; putos papeles. Según los Crows, contenían los trapos sucios de otras bandas. A mí dame oro y joyas y déjame de papelajos, pero estaban dispuestos a pagar bien, así que no hicimos más preguntas.
¿Qué cómo te metes en un sitio que vigilan los Casacas Azules? Buena pregunta. Sabíamos que la estación estaba cerrada porque había … estaba llena … Joder, no, no me tiemblan las manos … Dime qué has puesto. ¿Miedo? Borra eso, cojones. No es miedo, es … Pon que es alergia al chucho ese y que hace que me pique todo el cuerpo.
La estación estaba llena de espíritus y apariciones. Ya lo he dicho. ¿Ves como ya no me tiemblan las manos? Alergia, como te he dicho.
Los Casacas Azules iban a mandar una patrulla de limpiabrujas, esos tipos que llevan uniformes estúpidos y unas pinzas gigantes que dan chispazos en el aire, para limpiar la estación de … bueno, de lo que había allí. Así que decidimos que nos haríamos pasar por Casacas Azules enviados a recuperar los papeles del tren, y que iríamos con los limpiabrujas. Ellos limpian, nosotros “limpiamos”, si tú me entiendes. ¿Buena idea, verdad?
Nos hicimos con unos uniformes de los Casacas Azules tras robarlos de una tintorería. Quién dice robarlos, dice comprarlos, pero teníamos uniformes. Eso fue idea mía. Ya te he dicho que me estoy haciendo más listo.
Tommy y Billy decidieron que la mejor forma de distraer a los vigilantes de la estación era fingir que alguien robaba a la vieja esta que tenemos por casa. Al menos nos sería útil, en vez de zanganear por el sótano. Parecía una buena idea, ¿verdad? No lo fue. La tía gritaba como una cerda, como si le fuera la vida en ello, todo hay que decirlo, pero los Casacas no se movieron de su sitio. Casi, casi igual que cuando robo yo, ¿sabes? Cabrones malnacidos … Al final, tuvimos que convencerlos de que éramos de los suyos y, gracias a nuestro palique, nos dejaron entrar.
Allí estaban los limpiabrujas, unos veinte, todos nerviosos como pipiolos en un burdel. Nos dijeron que entrarían, limpiarían y nos dejarían vía libre al tren. Entraron, cerraron el portón y comenzaron los gritos, los ruidos y luego el silencio. Esperamos unos diez minutos antes de abrir.
Frente a la entrada había cuatro fiambres de limpiabrujas, con sus trajes y herramientas, blancos, tiesos como la mojama. No sé qué cojones le pasa a Billy en la cabeza, pero cada día pienso más que el golpe le ha dejado hecho una mierda. Sacó un vial de su bandolera, se lo tomó, y nos dijo que le siguiéramos mientras se movía pisando aquí y allá como si estuviera borracho. Yo tenía los ojos abiertos como platos, pues los pelos de los brazos estaban tiesos como escarpias, y sentía un frío del copón, pero no podía ver nada. Mientras, Billy se movía pisando como un pulpo con convulsiones y miraba al vacío, como cuando se droga por las noches.
Y cuando llegó a los fiambres no te creas que hizo algo normal, como cerrarles los ojos o saquearles, ambas acciones perfectamente razonables. ¿Pues no va el tío, coge las pinzas aún chispeantes y las manipula? Dieron un petardazo y se creó un enorme arco voltaico que iluminó la estación. Tú te hubieras cagado de miedo, te lo digo yo, juntaletras. No estás hecho de la misma madera que nosotros. La luz era tan potente que se pudieron ver las sombras flotando en el aire y acercándose a la luz. Mira, debe estar el perro cerca, porque me tiemblan las manos de la alergia otra vez. ¿Qué no ves al perro? Pues está, te lo aseguro.
El puto Billy nos dijo que había hecho un señuelo con aquello y que los fantasmas no nos molestarían durante un rato. Pero no te creas que se quedó satisfecho con eso. El maldito cabrón, aún con los ojos desenfocados, hizo otro señuelo en cuanto llegamos al tren. Y allí no sólo vimos sombras, sino todos los fiambres de los desgraciados que habían intentado atracar el tren antes que nosotros. Tenías que haberlo visto; parecía un puto matadero.
Escuchamos ruidos en el interior del tren, como de jaleo. Puto Billy, jamás te metas con él, es un cabrón de lengua lenta pero mente rápida. Lo volvió a hacer; apañó otro señuelo de aquellos y lo lanzó dentro del tren. Los ruidos se convirtieron en gritos.
Y ahora llega lo mejor, tío, no te lo vas a creer. Seguro que piensas que íbamos a entrar en el tren e ir buscando los jodidos papeles, ¿verdad? Joder, que tonto eres a veces, incluso sabiendo escribir. ¿A ti te apetecería ponerte a buscar con todos esos fantasmas por ahí? ¿Con los Casacas Azules tan cerca? Además, empezamos a oír pasos en el exterior, el tintineo de las cadenas y el ruido de las porras. Los Casacas de afuera se habían alertado por los gritos.
Así que decidimos robar el tren. No, no robar en el tren. ¡Robar el tren! Llevárnoslo de la estación. Sabía que pondrías esa cara. Anda, dale otro sorbo al licor de pera, te espero.
Llegamos a la locomotora sin saquear ni un fiambre y Billy y yo nos pusimos a darle a las palancas, ruedas y manivelas, y veíamos subir la presión de la caldera como si estuviéramos azuzando el fuego del mismo infierno. Tommy, que llevaba murmurando por lo bajo desde que habíamos entrado en la estación, se subió al techo para vigilar, acariciando su escopeta como si fuera su … tu ya sabes. La quiere con locura. Y bendito el momento en el que subió, porque en ese momento oímos ruidos de pasos en el primer vagón, tanto dentro como por el techo.
No sé qué fue primero, si el disparo de Tommy o mi puñalada en la nuca al que salió del vagón, pero lo que sí te digo es que los cuerpos cayeron al mismo tiempo. Luego escuchamos a Tommy cargar como una bestia por el techo del vagón y el sonido de otros dos golpes. Otros dos corrían por el vagón hacia la puerta. Yo miré a Billy, y no tuve que decirle nada. Él lanzó la granada de sueño y yo cerré con fuerza la puerta, y me reí mientras los dos imbéciles daban golpes en el cristal hasta caer al suelo. ¿Y a qué no adivinas quienes eran los que habían muerto? ¡Los putos Red Sash, tío! Los muy cabrones habían tenido la misma idea que nosotros y se habían infiltrado entre los limpiabrujas para saquear el tren. En nuestras propias narices.
Empujamos los cadáveres al andén. Cuando los Casacas supieran que habían sido los Red Sash, les darían caña y quizás los metieran en el trullo, o incluso los hicieran desaparecer en el río. Cualquiera de las opciones me valía.
Arriba estaba Tommy, disparando su escopeta a los Casacas mientras gritaba, dándonos tiempo a Billy y a mi para palear carbón y hacer que el tren comenzara la marcha. Era como si estuviéramos acuchillando la caldera, cada palada una puñalada, hasta que aquel jodido trasto comenzó a moverse por las vías.
Salir de allí en el tren fue acojonante. Tommy aullaba con la escopeta en sus manos, Billy saludaba desde la locomotora como si fuera el Duque de Grinland, y yo … yo creo que me puse cachondo. Robas un tren, matas a un enemigo y dejas atrás a los Casacas Azules. ¿Qué más puedes pedir de un golpe? Quizás enanos …
Lo desvalijamos en una vía muerta y devolvimos los papelajos a los Crow, que nos pagaron generosamente, como para ir a un puticlub e invitar a los parroquianos. No, no invité, si es eso lo que te estás preguntando. ¿Quién invitaría en un puticlub? ¡Eres un degenerado, pero me gustas, juntaletras! Aún haremos un canalla de ti.
¿Los Red Sash? Desaparecidos, hundidos, enterrados. Sus territorios son nuestros y sus hombres forman parte ahora de nuestra banda.
Toma, bebe otra. Pago yo. Que no se diga que Mother’s Milk no somos generosos en la victoria.